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Opinion

  • Víctor Manuel Peña
  • 17 ago 2016
  • 3 Min. de lectura

Inmigración, Tratados De Libre Comercio Y Diversidad De EEUU

1-3

El origen de Estados Unidos, como pueblo y como nación, no puede explicarse al margen de la inmigración o del fenómeno de la inmigración. Tanto es así que se puede establecer la ecuación de que Estados Unidos es igual a la inmigración.

Los primeros contactos con el territorio de lo que sería Estados Unidos están ligados a los aventureros y primigenios viajes de los vikingos, hombres del norte de Europa, que se dedicaban al saqueo y al pillaje. Pero fue Inglaterra la que conquistó y colonizó el territorio, formando trece Colonias que estuvieron en la base de la Constitución de Estados Unidos. Esas Colonias se poblaron con las masivas expediciones de anglosajones que se aposentaron en esos territorios del norte de América, quienes templaron, probaron y desarrollaron sus habilidades y aptitudes empresariales.

La inmigración es algo así como la savia que ha alimentado y sostenido en el tiempo el desarrollo de la sociedad estadounidense.

La inmigración ha sido parte fundamental, intrínseca, esencial e imprescindible de la solución histórica o del desarrollo histórico de la sociedad estadounidense. Claro, aún así ese desarrollo de Estados Unidos no hubiera sido posible sin el desigual desarrollo del capitalismo a nivel internacional y sin la utilización de la guerra como mecanismo de dominación.

Los valores, tradiciones, cultura, fundamentos y diversidad de la sociedad del Norte no han podido ser al margen de la inmigración.

La inmigración comportó la llegada de blancos, pero también el arribo de negros, y su nodal participación en la construcción de una sociedad escindida visceralmente desde el principio por el fenómeno de la esclavitud del negro.

El nervio intelectual decisivo en la formación de Estados Unidos como Pueblo, como República, como Potencia y como Imperio ha sido aportado por la masa de inmigrantes.

Si se hurga en los orígenes de Donald Trump, y de cualesquiera otros, políticos y no políticos, veremos que los ancestros de ellos están en esa masa de inmigrantes, la que sin lugar a dudas ha convertido a esa nación en el país más diverso y más cosmopolita del mundo en el agitado y enrevesado trayecto de la historia.

Luego, ¿de dónde saca Donald Trump que la inmigración es un gravísimo problema, a tal punto que ha llegado a degradar la grandeza de Estados Unidos?

Todo Estado tiene el pleno derecho de ejercer su soberanía en materia migratoria, a regularla y controlarla incluso, pero sería funesto en el caso de Estados Unidos evitar la inmigración, porque iría contra natura o, mejor dicho, contra sus propias esencias o contra el leitmotiv de su existencia como pueblo, como nación, como potencia y como imperio.

La inmigración desempeña y asume, en el caso de Estados Unidos, la misma función que asume la sangre en el organismo humano, sin ella no sería posible ni viable la existencia ni la vida.

Si ello es así, y ha sido y es así, la inmigración no atenta ni contamina la grandeza de Estados Unidos; antes al contrario, ella es el soporte y la base fundamental de sustentación de esa grandeza.

Y ello es así, además, porque la inmigración, en el caso de Estados Unidos, juega el papel de causa y efecto del desarrollo.

La inmigración provoca y genera ese desarrollo, pero al mismo tiempo ese desarrollo se convierte en el señuelo para que seres humanos de todos los países del mundo, sobre todo de los países subdesarrollados, quieran emigrar a Estados Unidos seducidos o atraídos por el espejismo del desarrollo.


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