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Opinion

  • Rafael Chaljub Mejía
  • 9 jul 2016
  • 2 Min. de lectura

Se acercan tiempos de prueba

A las fuerzas políticas del país les esperan tiempos de prueba. Al partido de gobierno y a los de la oposición. El primero tiene en su favor el hecho de estar en el poder y desde esa ventajosa condición se le facilita el manejo de sus conflictos internos, que aún sin cerrarse del todo el proceso electoral ya dan señales de que siguen latentes.

Cuál será el curso que tomará la lucha interna en el partido morado y cuál su desenlace son cosas que están por verse, aunque es improbable que puedan solucionarse en forma armónica y sin traumas por los cuales ese partido tenga que pagar un alto costo.

De su parte, las fuerzas opositoras tienen sus propios desafíos. Después de un proceso tan intenso puede venir el momento de la depresión y empezar muchos a sentir los síntomas del agotamiento y la desesperanza.

Peor aún, porque la oposición fue derrotada y en un sistema minado por el clientelismo, la tentación de pasarse al gobierno a buscar lo que la oposición no puede darle, se hace mucho más fuerte.

La labor de sonsaca y de soborno puede encontrar terreno fértil, de forma tal que los líderes de los partidos opositores tienen el reto de mantener agrupadas sus militancias respectivas mientras se preparan para futuras batallas.

Es de esperarse que comprendan que en política la parálisis equivale a la muerte. Y por fortuna para ella, la oposición tiene la oportunidad de unirse a sectores populares y acompañarlos en las luchas sociales, y tiene, ante todo, un campo extenso para la acción política propiamente dicha.

En más de una ocasión los mismos excandidatos y sus agrupaciones han demandado las reformas indispensables para una competencia lo más equilibrada posible.

En la opinión pública, en los más variados sectores sociales hay una aspiración impostergable de que asuntos como la manoseada ley de partidos y la modificación de la Junta Central Electoral y otras altas instancias de arbitraje, se aborden.

Así, la oposición tiene banderas suficientes en su haber y no tiene por qué sumergirse en la pasividad, que ha sido y será siempre su peor enemiga.

Una vez más hay que insistir en que se trata de tomar esas banderas, convertirlas en un programa de acción política, mantener unidas sus propias fuerzas, hacerlas crecer y ganar prestigio en el curso de la acción política misma.


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