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Opinion

  • Julio Alberto Martinez
  • 30 may 2016
  • 3 Min. de lectura

Democracia sin demócratas

“Está claro que nuestro juicio depende de la definición o de nuestra idea acerca de qué es, qué puede ser o qué debe ser la democracia”, quizás estas palabras de Sartori expliquen la distorsión del concepto de la democracia que muestran unos cuantos políticos criollos con su comportamiento infantil.

Para algunos es una sorpresa que el pasado 15 de mayo se confirmara lo que arrojaban todas las encuestas de prestigio nacional e internacional, que casi 3 millones de dominicanos depositarían su voto en la casilla dos de la boleta A -61.79% del total de los sufragios según el boletín 12 de la JCE- por el candidato del Partido de la Liberación Dominicana.

Lejos de detenerse a analizar los valores que representa el producto político Danilo Medina -para construir una oferta electoral mejor que la vencedora- y el nuevo modelo de gestión pública que está implementando, se han dedicado como niños malcriados a desacreditar unos resultados por la simple razón de que no les favorecen.

No conciben la democracia como una lucha competitiva por el voto del pueblo, para ellos democracia es imponerse de manera arbitraria e irrespetar la voluntad del pueblo.

No reconocen que cultivar una imagen envestida de humildad, sencillez, autenticidad y cercanía a la gente, sumado a una obra de gobierno que ha priorizado el crecimiento económico, la estabilidad de los productos básicos y políticas de redistribución de riquezas, le haya redituado el mayor porcentaje electoral de toda la historia política dominicana al presidente Medina.

Ahora han iniciado otra campaña electoral en la que han elegido como adversario al magistrado Roberto Rosario y a la Junta Central Electoral. Olvidan que el Dr. Roberto Rosario fue elegido, en representación de nuestro país, presidente la Asociación Mundial de Organos Electorales para el mandato 2015-2017, también ignoran de manera ex profesa que el año pasado, Latinobarómetro publicó un informe en el cual sostenía que la Junta Central Electoral (JCE) es la institución más confiable de República Dominicana.

Es cierto que hubo algunas irregularidades en este proceso que están plasmadas en el informe de Observación Electoral de la Misión de la Organización de Estados Americanos. Es natural que suceda cuando arrastramos tantas debilidades en nuestro sistema electoral -que debemos superar- y se implementan nuevos métodos para mejorar la calidad y eficiencia de las elecciones.

Lo antinatural es que mandatarios extranjeros, diplomáticos acreditados en el país y asociaciones empresariales de gran prestigio local sean los primeros es felicitar al candidato del PLD por su abrumador triunfo, y no el supuesto “líder” de la oposición de quien se esperaba un comportamiento a la altura de las expectativas de los ciudadanos.

No obstante, ya lo decía Wiston Churchill posterior a la Segunda Guerra Mundial, “la magnanimidad con los vencidos es un deber moral y una buena inversión para el futuro”.

Justo es reconocer que Luis Abinader ha sido uno grandes ganadores de este proceso, logro convertir una facción del PRD en la principal fuerza de oposición del país, en menos de dos años de fundado el PRM pasó de un 2% a un 34%, con presencia en ambas cámaras del congreso, logrando atraer la mayoría de los votos perredeístas.

El otrora glorioso PRD, hoy convertido en un pigmeo político con un pírrico 5%, atraviesa una crisis de identidad por su incapacidad de mantener una base electoral que en otro tiempo veía en el jacho prendío la aspiración de su asenso social.

Los aventureros de las organizaciones minoritarias deben redefinir su estrategia, derrotados como caballeros, ahora se agrupan como malandrines, con un discurso perverso, altisonante y arrogante que los aleja cada vez más de los problemas cotidianos de la gente. No aciertan a comprender que sumado todos sus votos no alcanzan ni un 3% del electorado. No se enteran de que lejos de teorías conspirativas, el pasado 15 de Mayo le brindo la oportunidad a la gente de pasarle factura a los políticos que no los representan.

La ausencia de verdaderos demócratas debilita nuestra democracia.


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